En los artículos anteriores publicados en este medio, he precisado que conviene hablar con propiedad, adecuando la palabra a las cosas. Vale decir al fenómeno observado. Fue por eso que le objeté a un antiguo amigo, el doctor Ramiro Castro de la Mata, por entonces asesor científico de CEDRO, que llamara “fenómeno“ a “la farmacodependencia” en un número inicial de Psicoactiva 2, cuando lo observable es el uso, mal uso o abuso de distintas sustancias psicoactivas, dentro de las cuales se debe distinguir, al menos, las provenientes de la naturaleza, registradas por Andrew Weil en From Chocolate to morphine de 1984, de las drogas sintéticas. 

El imperialismo del siglo XX, en una atmósfera racionalista y en principio liberal, sólo pudo imponer la prohibición, sobre razones de salud pública, en este caso, de salud mental, a cargo de la psiquiatría. Cuando se hace referencia a la Farmacodependencia, en el lenguaje de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en realidad, no pasa de ser una pseudo categoría que subsume los usos y sustancias consignadas en las listas de las convenciones internacionales suscritas desde La Haya (1912) a la Convención Única (1962). 

En el caso de la hoja de coca, el poder farmacéutico de los Estados Unidos, mediante un sesgado Informe (Lake Succes, 1950), decidió fiscalizar nuestra hoja, elevando el fallo al alto tribunal de la OMS, que terminó calificándola como susceptible de engendrar una toxicomanía por su Comité de Expertos (hoy justamente, en “Farmacodependencia”). Dicho Comité mantiene su veredicto condenatorio sobre la hoja y el coqueo andino. 

En cambio, en la mirada regional de nuestro gran recurso tradicional, tanto en el Perú como en Colombia y Bolivia, se ha recuperado el reconocimiento de sus virtudes, de su historia  médica, así como de su uso nutricional y medicinal actual. Descrito brevemente el proceso de condena, ¿cómo no entender que estamos hablando de un colonialismo cultural vigente, que mantiene la prohibición y sus indeseables consecuencias? 

Pablo Macera, años atrás, respondiendo en una entrevista publicada en un Boletín del Congreso Nacional, advirtió: “La palabra dependencia parece haber desaparecido. Lo que habría que preguntarnos es si ha desaparecido la dependencia. La desaparición de una palabra, como la desaparición de un síntoma, no es necesariamente la desaparición de la realidad ni de la enfermedad, así como pueden haber ausencias sintomatológicas que tengan otra función”. 

Quizás la ausencia sintomatológica más destacable sea el silencio político y el convencional sobre el tema de nuestra preciada hoja, dando por supuesto que carece de futuro y sólo cabe, en el mejor de los casos, su substitución. El colonialismo mental sigue cristalizado en nuestras leyes y por ellas, en la estigmatización convencional del cultivo que debería ser motivo de orgullo nacional, pero permanece marginado de la conciencia colectiva. 

El silenciamiento de un debate necesario por los medios de comunicación, de por sí, es un sometimiento a la censura impuesta.